Locos por compartir

Txt Mijal Iastrebner / Ph Karen Levin
La espera para el comienzo del Primer Festival Internacional y Multidisciplinario de Art Brut “El templo de Sharlin” es helada, el pasto está húmedo y la única obra de arte visible fuera del Centro Cultural Borda es un árbol deshojado, pintado de colores, del que cuelga un cartel con la inscripción de: “Árbol de los deseos”. En la base, un círculo de piedras evita que los papeles de colores se vuelen y en la copa brotan deseos pegados con cinta de pintor como “Conocer París” o “Que haya gas en el Borda”.

En la puerta del edificio, Pedro, un hombre calvo de clarísimos ojos azules, le da la bienvenida a cada una de las personas que van llegando y acumulándose frente al edificio. De tanto en tanto, sale el director artístico del centro cultural, Pedro Cuevas, con un megáfono en la mano y un paciente bajo el brazo para avisar que pronto abrirán sus puertas.

“Vamos loco, somos famosos che”, festeja un paciente la creciente concurrencia con cámaras en mano, mientras otro se acerca a una fotógrafa para acusarla de lucrar con su foto y quejarse originalmente del actual Jefe de Gobierno de la Cuidad de Buenos Aires al canto de: “Macri gato, Macri violín violín violín”.

La primera tanda ingresa al salón y rápidamente es evacuada a los gritos. Extrañamente, nadie entra en pánico. Es probable que esta no-lógica gobierne toda la estadía en el festival. Cuevas vuelve a convocar a los pacientes dentro del edificio y a los visitantes, fuera para hacer un simbólico corte de cinta.

Una vez inaugurado el evento, los cuartos del centro cultural se llenan de un ánimo curioso y lúdico. En la sala principal, una mujer-bruja, un hombre-mimo, un señor con sobrero, una mujer con antifaz, una mujer-hada y unas chicas con bigote de marcador, ríen y se abrazan debajo de una nube de papelitos de colores.

Un hombre mayor, el paciente más anciano allí presente, le muestra a una adolescente un  particular cuadro de marco negro con una imagen central blanca y una inscripción inferior de “la nada es algo”. En el centro de la sala, un grupo de jóvenes con antifaces y pelucas cantan: “bariló, bariló” y saltan sobre los resortes, dentro de una estructura de hierro de la que cuelga el cartel: “Contención y batido de mente”.

Las horas van pasando y, sin siquiera notarlo, familias, grupos jóvenes, enfermeros, pacientes, personas mayores y turistas participan de la propuesta, charlan, intercambian sombreros, juegan y hasta comparten el trencito al ritmo de La Bamba sin importar las edad, de dónde vienen o dónde dormirán esa noche. 

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