Con la provocación como premisa, el ilustrador Fabián Ciraolo dibuja figuras populares y logra darles una segunda vida rockera.
Txt. Lucía Levy - @lululevy
Marilyn Monroe con tatuajes que ponen en duda la muerte de J.F. Kennedy, el Dalai Lama con un estéreo al hombro cual hip hopero de raza, Fidel Castro con un look camuflado y cancherísimo modelando en la portada de una revista yankee: todos ellos salieron de la cabeza de Fabián Ciraolo, ilustrador chileno cuya pulsión creadora es la de entretenerse y provocar no sabe bien qué pero generar sensaciones en el que mira sus obras, “así sea asco o encanto porque si un artista no puede lograr eso, hay algo que está haciendo mal”.
Sus creaciones logran resignificar a íconos de la cultura pop que de tanto repetirse en los medios han perdido identidad y poder de impacto visual. Al vestirlos con ropa moderna y accesorios cool, Ciraolo los hace renacer, logra devolverles la fuerza a personajes que están fosilizados en la psiquis de la sociedad. “Mi objetivo es descontextualizar a estos íconos que están estigmatizados, tan metidos en la cabeza de todos, y darles un giro que los haga provocadores”, explica.
Todos, desde Coco Chanel hasta el Che Guevara, son customizados con ropas y tatuajes que salen de la cabeza de Ciraolo sin mucha premeditación: “No hay un estudio previo de lo que les agrego a los personajes, trato de ponerle mi onda y ya, mi trabajo es súper honesto”, cuenta. Cada uno de ellos fue elegido por cuestiones estéticas o porque forman parte de lo que él llama “galería visual”, es decir, de lo que ve y consume. “No leo mucho, pero sí me encanta mirar todo el tiempo; los personajes que dibujo quedan en mi mente porque los vi en algún lado, así de simple. Por ejemplo a la última que hice fue a la Madre Teresa de Calcuta porque la había visto en un documental o una entrevista”.
Frida Kahlo fue la primera de la serie – “es mi artista preferida” -, ella fue la que desató la Ciraolomanía en la web. Cuando Fabián se dio cuenta que su Frida se había viralizado, se jactó de que iba por el buen camino. Luego vinieron los demás, tan disímiles entre sí que los límites que los diferencian ya se nublan: Pablo Picasso, Marlene Dietrich, Jesús, Karl Lagerfeld. Sin embargo, no todo fue fácil para él: “Estuve cuatro años haciéndome la pregunta equivocada, me cuestionaba qué era lo que la gente quería ver. Cuando caí que lo importante era lo que yo quería ver, todo fluyó. En definitiva, buscaba ser aceptado por la gente, y eso lo alcancé con esta serie”.
De sus años de estudio de diseño – que fueron pocos – conserva la pasión por la figura humana. Los personajes logran convencer porque su mano capta la postura típica de estos íconos populares, además de agregarle detalles que los identifiquen: “Todas estas cosas aportan a la construcción del personaje”, sostiene. Tal es el caso de Salvador Dalí, que mira directo a los ojos con una actitud rollingstonesca; o Lady Di, cuya mirada se pierde en algún punto del horizonte y su rostro desnuda la infelicidad que la acompañó durante sus años de princesa.
Fabián no para, su ansiedad no se lo permite. Confiesa que mientras está haciendo una ilustración – que sólo le lleva como máximo dos horas – ya está pensando en la siguiente. Entre sus planes futuros está hacer una exposición en Buenos Aires a fines de 2012, éste sería el primer paso para que sus obras se materialicen y dejen de estar solamente disponibles en la web. “La idea es conseguir algún lugar abandonado donde sucedan otras cosas además de mi muestra. No quiero que sea una exposición más”, explica. Ya mandó a imprimir cinco de sus ilustraciones a California, el resultado es varios cuadros enormes de 1,60 por 1,60 metros – “para que tengan power”, aclara.
Como era de esperarse, junto con los personajes de peso político, cultural y/o religioso llegaron las críticas y las acusaciones moralistas. “Me han puteado por dibujar a la Madre Teresa como una fashion blogger o por hacer a Fidel modelando para una revista yankee, pero me cago de la risa. Significa que está funcionando, que la provocación surte efecto”, dice. Al fin de cuentas, el arte goza de una prerrogativa invalorable, que es la de hacer posible lo que no es sin causar daños. “Mientras más me putean, más feliz me pongo. Es raro, pero es lo que sucede”.
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