La artista presentó la versión 2012 de la psicodélica cabina telefónica que creó en 1967 y dejó a todos minujinizados.

Txt. Mijal Iastrebner - @mijebner | Ph. Laura Grosskopf - @laugross

Como el hombre había llegado a la luna hacía algunos años yo quise que la gente viviese como que se iba a otro planeta. Y como yo soy de otro planeta, traigo cosas que encuentro en ese planeta, en mi planeta, inventé esta cabina”. Así explica Marta Minujín la existencia del Minuphone, una obra de arte que consiste en la activación de efectos especiales al establecerse una llamada telefónica y que pertenece a un conjunto de creaciones realizadas en los sesentas que se volcaban a los medios de comunicación y su implicancia en la modificación del entorno sensorial de los individuos.

Nadie pudo escapar de la minujinización, absolutamente ninguna de las personas que entró en la cabina pudo tener una conversación, ni fluida ni coherente. La actualización de este dispositivo artístico-tecnológico (a 45 años de su creación), implica dos cosas: la reivindicación de una obra visio-naria y la resignificación de los símbolos que la componen. Antes, verse a uno mismo en una pantalla era una experiencia cercana a ver un ovni, hoy –a pesar de estar naturalizada- al ocurrir en simultáneo con otras experiencias sensoriales continúa siendo apabullante y dificultando la concentración (o la comunicación). 


Antes de que alguien ponga un pie en su pieza de arte, Marta advierte sobre los efectos y explica su funcionamiento para que sea utilizada como corresponde: “La persona llama a alguien, le atienden y desde entonces, durante un minuto y medio, se le pasan siete efectos aleatorios: por la pared agua negra que sube y baja, el teléfono que va dando ordenes, de pronto una cámara de televisión le toma la cara, se la está pisando en el televisor del piso y se imprime una foto suya. Eso es la integración de la tecnología dentro del individualismo del que hace el llamado porque nadie se espera que le saquen una foto mientras hace un llamado y se ve en televisión. El Minuphone es una invasión de los medios de comunicación que al mismo tiempo predispone a abrirse a un mundo más sensorial”. 

La enumeración de efectos continúa: una pantalla fluorescente que se despliega para que el sujeto juegue con su sombra, el techo que prende luces de colores de acuerdo al matiz de la voz, un eco que se dispara de pronto, un ventilador “para secarse el pelo”. Podrían ser más pero estos son los que lograron colocar en los dos años que les tomó – a la artista y a su numeroso equipo- rehacerla con herramientas y tecnología actual.

“Éste (el Minuphone original, que también está expuesto) no lo pudimos arreglar porque cuando el gobierno militar cerró el Di Tella, rompieron todo lo que había abajo y desapareció toda la plataforma electrónica”, explica Minujin y agrega que el trabajo de recolección de planos, anotaciones y materiales originales fue muy dificultoso y tomó ocho años.

“En los hospitales me interesa 

hacer cabinas (...) tenés que decirle 

‘se murió’ a alguien, entonces 

suben nubes celestiales, música

celestial, campanas, efectos 

especiales de alegría o de paz"



Para recuperar el material original debieron retomar el contacto con el ingeniero que colaboró con la obra en 1967, Pier Biorn, quien en ese momento se apasionó con la idea y se puso a trabajar a la par de la artista. Marta, quien siempre veló por su protagonismo casi como si ella misma fuera una pieza de arte, ya relataba sus molestias por la posibilidad de tener que compartir el mérito en una carta que les escribió a sus padres en ese entonces desde Nueva York (y que aparece completa en el libro que editó Espacio Fundación Telefónica para acompañar la muestra): “Ayer he pasado un día terrible –de nervios que me descomponía- (..) todo funcionaba ayer – pero lo que me puso nerviosa – que vinieron los tipos de la TV a filmarla, para un importante film que pasará en junio y lo pusieron al ingeniero como el creador a medias de la cabina – y no es absolutamente cierto, yo la inventé – y le pagué a él para hacerla pero él se entusiasmó tanto que ahora quiere participar de la idea – así que no sé qué va a pasar; yo tengo las pruebas, que yo le encargué el trabajo – se imaginarán que no puedo compartir la creación cuando es mía sola”.

Su relato caótico y de tono algo infantil podría sugerir que la artista hablaba incoherencias sobre una –aparente- tontería. O todo lo contrario, que se trataba de un acto de lucidez impresionante sobre la real dimensión de esta creación que después se transformaría en un ícono de su trabajo y se exhibiría en las galerías más importantes de Nueva York, Madrid y Buenos Aires. Este aparente narcisismo y show de sí misma son y fueron, durante toda su carrera, un poderoso e inteligentísimo mecanismo de defensa que le permitió convertirse en la embajadora del arte pop latinoamericano y sobrevivir a épocas de vaciamiento cultural como lo fueron la dictadura y, en parte, el menemismo.

Aunque haber recreado la icónica cabina la hace feliz, Marta insiste con que el “verdadero desafío” es hacerla en serie. Al escucharla decirlo, todo su equipo de trabajo gira sus ojos hasta ponerlos en blanco, alguno hasta comenta por lo bajo: “Tardamos dos años en hacer una, ¿cómo vamos a hacer mil?”. Minujín escucha pero hace caso omiso y continúa: “En los hospitales me interesa hacer cabinas con otros efectos. Ahí, aunque la gente se ría, se muere una persona y tenés que decirle ‘se murió’ a alguien, entonces suben nubes celestiales, música celestial, campanas, efectos especiales de alegría o de paz para que a la muerte se la tome de otra manera. De pronto en las estaciones de tren, donde la gente se va y ahí se le proyectan fragmentos del paisaje. Cabinas de teléfono apropiadas para cada lugar. Esta es una cabina apropiada para una galería de arte”.

Nuevamente, suena como un disparate pero viene de una mujer que hace más de cincuenta años se dedica a desafiar la lógica convirtiendo en realidad proyectos psicodélicos que obligan al individuo a interactuar con el arte y, por ende, a realizarse planteos mucho más profundos que la mera diversión. “La intención es que la persona que lo use (al Minuphone) se extienda a través de sí mismo con todos estos efectos y que crezca interiormente”.


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