Txt. Gonzalo Sánchez Segovia · @gonzalo_ss | Ph. Laura Grosskopf - @laugross
Cuando tenía quince años, en 1996, Franco Fasoli empezó a pintar grafitis en las paredes de Buenos Aires. Era la década del noventa y la cultura grafitera recién empezaba a desarrollarse en la ciudad. Franco venía del palo del skate y estudiaba en la Escuela Nacional de Cerámica: “En ese momento no había prácticamente grafiti en Buenos Aires y lo poco que se veía venía de Brasil. Mis abuelos eran pintores y mis tíos escultores, todo eso pesaba mucho, pero me interesaba la parte más divertida: salir a vivir la adrenalina que había en la calle”.
Lo que empezó como rebeldía y diversión, mutó en un estilo propio y más consciente de lo que el arte callejero representa. Hoy, Franco, también conocido como JAZ, recorre el mundo pintando murales, exponiendo en galerías y participando de festivales en el cada vez más grande circuito mundial del street art. Sus obras se pueden ver en muchas ciudades de Latinoamérica, como San Pablo, México D.F. y Santiago, en casi toda la Costa Este de Estados Unidos, y en muchas capitales europeas, como Madrid, Berlín y Oslo. “En 2005 hice mi primer viaje solo y vi la diferencia entre el grafiti prematuro que había acá y lo que estaba pasando en Europa. En Barcelona, el mo-vimiento de artistas jóvenes era un movimiento homogéneo que empujaba toda la movida cultural. Fue como un sopapo para mí”, recuerda.
"Pinto sin la pretensión de que mis obras se
conviertan en patrimonio de la ciudad"
Ahí dejó los aerosoles: “Empecé a utilizar más el espacio y otros materiales que tuvieran más relación con la calle, como asfalto, nafta o cal. Salí a pintar con los pintores políticos para entender cómo se movían, sobre todo en Buenos Aires. Las temáticas se amoldan al tipo de material que uso”, cuenta. Más tarde, el arte callejero explotó en el mundo de la mano de Banksy y otros referentes, como Blu y Os Gêmeos. “Rompieron esa brecha entre lo contracultural y el mainstream, y se generó un circuito más tradicional. Hoy hay una contradicción entre cómo nació y en lo que se convirtió -critica-. Se alivianó mucho en cuanto a la implicancia política que podían generar algunos artistas”.
Franco explica que el hilo temático que sigue en sus obras está relacionado con la confrontación y cierto tipo de conflictos, algunos personales: "Investigué sobre los enfrentamientos característicos de cada lugar. Empecé con las barrabravas, por la distancia que me genera. A partir de ahí busqué relación con otro tipo de enfrentamientos que se dan en Latinoamérica, como el Tinku, en Bolivia”.
Uno de los problemas del arte callejero es que las obras son efímeras, ya que al estar en espacios públicos pueden ser destruidas o tapadas. Y aunque parezca un trabajo gratuito, la calle da visibilidad a muchos artistas que más tarde se insertan en el circuito de arte comercial. “Pinto sin la pretensión de que mis obras se conviertan en patrimonio de la ciudad. Me interesa trabajar en la calle, compartir experiencias de la gente. El rédito por hacerlo sigue siendo muy personal, pero establece a los artistas del arte urbano dentro de las galerías”, reconoce.
"La mayoría de los festivales se concentran
en algo muy pedorro que es embellecer un
barrio, pero sin un sentido"
Si bien pintar en Buenos Aires es fácil, no existe un circuito comercial. “Ahí está la contradicción de Londres, donde te multan por hacer cualquier cosa en la calle, pero donde más soportan este movimiento dentro del mercado. En cambio, Buenos Aires te permite desarrollarte de una manera muy fácil y es súper abierta, tanto desde la gente como desde la política, pero es muy difícil como ámbito comercial. Si Banksy hubiese surgido en Buenos Aires no hubiera resultado provocador. Pintar en la ciudad más vigilada del mundo de manera clandestina es un acto político y tiene sus implicancias. La que mejor amalgama todo es San Pablo”, reflexiona.
Mientras los artistas trabajan, los transeúntes cuestionan el por qué, el dónde y el cómo de la obra. Se identifican y dan su opinión. “Eso es súper interesante. Lo triste es que se pierde esa bitácora de viaje y de experiencias, habría que desarrollar un poco más el trabajo sociológico en torno a lo que se genera alrededor de la obra, que es efímera. La mayoría de los festivales se concentran en algo muy pedorro que es embellecer un barrio, pero sin un sentido”, observa JAZ.
Este año prepara una muestra individual en Bélgica, una colectiva en Berlín y un festival en Estambul, junto a otros proyectos en Austria y San Pablo. De todas maneras, Franco trata de volcar su experiencia internacional para generar movimiento en Buenos Aires, como en 2010, cuando fue curador de una muestra en el CCEBA junto a Fernando Brizuela. “Es difícil plasmarlo – admite-. Pero siempre que pueda, mi idea es hacer cosas acá, porque hay un gran potencial”.
francofasoli.com.ar / facebook.com/francofasolijaz
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